martes, 9 de junio de 2009

BIOGRAFIA DE UN COMPAÑERO


NUESTRA META ES EL SOCIALISMO

VICTOR, ESTARAS SIEMPRE CON NOSOTROS EN EL RECUERDO DE TU LUCHA OBRERA Y PROLETARIA, VENCEREMOS CAMARADA.

Luis Suarez


Pepe Gutiérrez-Álvarez (*)

Víctor, alias Iñaki, que siempre estaba donde había que dar la cara

Víctor Rodríguez González (Salamanca, 1951), Iñaki para los allegados, era, en el sentido más pleno de la palabra, un militante obrero revolucionario. Había empezado a trabajar siendo un muchacho, y no mucho después ya estaba inmerso en las luchas de las Comisiones Obreras de Salamanca, y luego militando en el PC (i), la escisión del “Provincial” del PSUC de 1967 que había comenzado con planteamientos castristas (aquel mismo año tuvieron una entrevista con las JCR, concretamente con Hubert Krivine y Jeannette Habel), y cuya mayoría más tarde pasaría a ser el PTE, el principal partido de signo maoísta en el Estado español. La militancia le llevó a Euskadi donde fue conocido como “Iñaki”, y de donde le quedó una impronta euskalduna bastante fuerte. Huyendo de la policía se marchó a trabajar a Alemania, para regresar nuevamente para cumplir con el servicio militar.

En 1974 se trasladó a Barcelona, mejor dicho a L´Hospitalet, al barrio de Pubilla Casas, en cuya combativa asociación comenzó a ser conocido, siempre junto con su paisano y compañero Manolo Pulido, ambos militantes de pocas palabras pero que siempre estaban allí, en su sitio. Para ser una persona con escasos estudios, un trabajador desde una edad muy temprana y crecido en un medio sometido por un régimen que temía a la cultura popular, Víctor fue una persona con muchas más lecturas de las que mucha gente se pueda imaginar, con una atención muy viva hacia los temas culturales y teóricos. Quizás no sabía teorizar, pero sí sabía distinguir. Por ejemplo, entendió perfectamente lo que era el fenómeno burocrático, y desde mediado los años setenta no se hizo la menor ilusión sobre lo que significaban la URSS o la China maoísta, aunque sí se ilusionó con el “Che”, el sandinismo, y ahora con Venezuela. Lo suyo no era el álgebra de la teoría sino las cuatro reglas de lo que es más o menos correcto y de interés para los trabajadores. Sus cuentas se las sabía gracias a un esfuerzo de estudio que le mantuvieron siempre al tanto. Además, sabía escuchar y distinguir.

Aquel mismo 1974, Víctor empezó a trabajar en LLobe, empresa del ramo del metal ubicada en el Polígono de la Zona Franca de la Ciudad Condal. Este mismo año fue detenido, y cuando empezaron a torturarlo en una de las siniestras dependencias de la Vía Layetana, Víctor recurrió a la singular trata de provocarse vómitos de sangre, lo que en las circunstancias de cambio acelerado que se veía venir, hizo que sus torturadores temieran lo peor, incluso una enfermedad contagiosa, y no tardó mucho en salir para seguir haciendo lo mismo.

En el tiempo que sigue a la muerte del dictador, la Asociación de Pubilla se había masificado, sobre todo al socaire de la lucha por los terrenos de la Bòbila. Habían pasado los tiempos más arduos, y ahora, ya las asambleas se hacían cada vez más multitudinarias. Llegó una hornada de compañeros del grupo consejista ligado a la editorial ZYX, y la correlación de fuerzas derecha-izquierda se hizo muy inestable. En un ambiente abierto y asambleario, la mayoría del PSUC (vieja guardia honesta pero muy sectaria, más algún intelectual “bandera blanca”), con el apoyo del PTE, se planteó desplazar a la agitada minoría trotsko-anarquista con una campaña de rancio carácter estaliniano. Considerando que un sector de la juventud provenía del catolicismo, empezaron a acusarnos, a los primeros de connivencia con ETA (por aquel entonces ETA VI se acababa de unificar con la LCR), y a los segundos, de montar orgías y cosas por el estilo; ya antes había tratado de englobarnos como viciosos por nuestra relación abierta con notorios homosexuales como Germán Pedra. Al final, después de varias agitadas asambleas, la situación quedó justamente al revés de lo que planeaban.

La minoría se convirtió en una amplia mayoría con el insólito y entusiasta apoyo de unos católicos francamente heterodoxos (buena parte de ellos marcharon a la Nicaragua sandinista, otro, Rafael, ligó su destino a la Central Obrera de Bolivia). Esto sin olvidar a una asistenta social y monja seglar, Merced Rodaura, todo un ejemplo de modestia y de entrega mucho más auténticas que la mayoría de gente revolucionaria que hemos conocido.

El conflicto también provocó una crisis en un sector del PTE en el que se encontraba tanto Víctor como Manolo Pulido. Ambos habían asumido un rechazo radical de los métodos estalinianos, y no dudaron en mantener un duro enfrentamiento con sus antiguos camaradas, cuya devoción y voluntad militante reconocían. Víctor y Manolo entendía que no podía ser que “el Partido”, o sea la dirección, lo fueran todo, y que a la base solamente le quedara decir amén, y aplicar las directrices.

En aquellos años, la Asociación de Vecino de Pubilla Casas comenzó a desarrollar un activismo extraordinario. Toda clase de luchas era bienvenida; se podía montar un “sarao” por una tentativa de embargo… Entre las comisiones más activas estaba la de los parados en la que sobresalían Francecs Pedra a su años, el “Rubio” de la Hispano Olivetti, y con la que Víctor tenía una potente conexión. Era ya lo que se dice un cuadro obrero, militaba en la Liga en el barrio con la “panda” de jóvenes, pero también en el ramo del Metal. Era uno de los fijos, de los se sabía que estaba allí, alguien que actuaba y hablaba a su manera, simple, directa, emotiva, en todas aquellas asambleas que llenaban hasta la bandera la sala de actos de la CNS ya en descomposición.

Víctor era un “also starring” de la vanguardia revolucionaria que llegó a arrebatar la mayoría asamblearia al sector reformista del PSUC. Como gusta de contar al sindicalista de SEAT Antonio Gil, los que han conocido esta clase obrera en pie, consciente de su capacidad transformadora, potenciada por un una fracción que sabía expresar en palabras y en puntos programáticos sus exigencias más sentidas, difícilmente la podrán olvidar. Una fracción pequeña pero con unos grandes recursos, y con un activo y silencioso apoyo, como la que encabezaron por entonces José Borrás y Juan Montraveta, ambos de la LC.

Aquella fase la efervescencia proletaria adquirió unos tono tan masivos, tan contundentes y exaltados que a los testigos que éramos también lectores de Trotsky y de John Reed nos evocaban (un tanto ingenuamente) las célebres asambleas de los soviets que precedieron el Octubre de 1917.

Víctor se contaba entre los militantes incansables que trasladaban parte de ese potente movimiento hacia las barriadas, entre los que se congregaban en los locales de la Asociación de la calle Calderón de la Barca, para planificar las acciones, y que requerían toda la colaboración posible para redactar una octavilla, guardarla y repartirla al día siguiente en el mercado. Víctor estaba allí, para hacer que era mejor que hablar, y que cuando hablaba mostraba sus inquietudes propias, por ejemplo, su sensibilidad por no cortar la palabra a nadie. Había conocido los métodos del estalinismo y no lo quería ni en pintura.

De ahí que la imagen que más me ha quedado de él sea aquella que contemplé en el curso de una de las grandes manifestaciones convocadas por la Assemblea de Catalunya por la libertad, la amnistía y el “Estatut” de Autonomía, y en las que hubo cargas y carreras por los alrededores del Passeig de Sat Joan. Nos encontramos en cierta dispersión. Por una de las calles aparecieron una docena de jóvenes del PORE con una bandera republicana, gesto que llamó la atención de algunos del servicio de orden que había organizado el PSUC, y comenzaron, primero con buenas palabras y después un poco a las bravas, a tratar de que los muchachos se guardaran la bandera tricolor. Víctor que estaba al lado, cogió una valla de unas obras que a mi parecer debía de tener el suficiente peso para al menos dos personas y bregadas, y con todo su genio se aproximó al revuelo gritando “libertad, no más represión, viva la república”, todo con tal vehemencia que los servicios de orden optaron por abandonar el lugar.

Por su parte, Juan Montero lo rememora en aquella época en la que: “Ante la enorme politización de sectores amplios de trabajadores y ante el inicio de la negociación del Convenio del Metal de Barcelona, los locales del Vertical se hacían pequeños, por lo cual en plena Semana Santa de 1976 se hizo una Asamblea en las instalaciones adyacentes al campo de fútbol del Sant Andréu, donde en la tarde del Sábado Santo se concentraron mas de 2.000 trabajadores en asamblea para debatir como luchar por el Convenio de Metal, por la Amnistía Laboral y por el conjunto de las libertades democráticas. Y como no podía ser de otra manera, Víctor estaba presente en esta Asamblea apoyando las propuestas de José Borras y Joan Montraveta (…) Como anécdota, recuerdo que antes de iniciar la Asamblea se formo un primer rifirrafe por ver qué se hacia con el megáfono entre Borras y Juan Domingo Linde militante destacado del PTE y despedido de Motor Ibérica igual que lo era también Joan Montraveta, quien más tarde será periodista”.

Si no me equivoco, Víctor dejó la LC para entrar en la LCR de la mano de José Borrás, y su “tendencia obrera”. En su última fase en la LC, Víctor, aunque no lo tenía para nada claro, asumió disciplinadamente la decisión de militar en UGT y empezó su lucha por defender las posiciones clasistas y la democracia obrera dentro de UGT, lo que le llevó a un fuerte enfrentamiento con los nuevos burócratas del PSOE. Su postura intransigente contra los Pactos de la Moncloa terminó con su expulsión de UGT, e incluso con amenazas físicas de estos corruptos a finales de 1977.

A inicios de 1978, se afilia a CCOO formando parte de la candidatura de CCOO al Comité de Empresa de la LLobe, que obtiene la totalidad de los puestos a cubrir. En mayo de 1978 es elegido delegado por el Metal de CCOO para el Iº Congreso de la CONC. Víctor, es uno de los 55 militantes que formaban la delegación de la LCR a este Congreso junto a unas decenas más de simpatizantes En el Congreso apoya la línea de oposición de la Izquierda Sindical a los Pactos de la Moncloa y a la política de consenso con las fuerzas burguesas.

La imagen que más nos ha quedado entre sus viejos amigos es la del sindicalista puro y duro. Una tarea en la que fue partícipe durante mucho años, primero como trabajador de la empresa LLobe, luego como uno de esos militantes “todo terreno” de la LCR junto con esa promoción obrera formada entre otros por José Borrás, Diosdado Toledano, Antonio Gil, Juan Montero, Pedro Navarro, Roque Borrás, Juan Montraveta, y otros muchos como Mario Salas, algunos de los cuales cambiarían de vida y a veces de barricada. Víctor no cambió por más que acabó siendo un parado con enormes dificultades para encontrar trabajo. Sobre este sector ya existen algunos testimonios como el libro sobre Miniwatt, pero queda todavía mucho por escribir. Aunque solo sea para rebatir a los que ven a la Liga como un colectivo de estudiantes y “enterados”, o sea muy leídos.

Juan Montero, que fue su camarada más íntimo desde aquella época, lo recuerda “a principios de 1976, en la 4ª planta de edificio del Sindicato Vertical de Barcelona que pertenecía al Ramo del Metal, y donde por las tardes semanalmente se realizaban asambleas amplias de los sectores de la vanguardia revolucionaria que trabajaban en el ramo del Metal de Barcelona. (Se puede decir que estas asambleas eran la alternativa de la izquierda revolucionaria al control que ejercía el PSUC en las UTTs del Vertical. Víctor, como militante revolucionario, asistía a estas asambleas como trabajador de la LLobe, empresa vinculada al Convenio del ramo, pero que tenía un pacto de empresa). A partir de estas asambleas se creó una plataforma para la negociación del Convenio del Metal de Barcelona al margen de la estructuras de la CNS y la lucha por la Amnistía Laboral”.

“A finales de abril se inicia la huelga del pequeño Metal y la dirección de la lucha la lleva directamente la Asamblea de trabajadores que se reúne diariamente en los locales del Cine Princesa de Barcelona que ante la presencia de miles de trabajadores queda abarrotado y los trabajadores tienen que ocupar la propia Vía Layetana. En la dirección de la lucha sobresale, por encima de todos, José Borrás por su oratoria y capacidad de fijar los objetivos con claridad. Víctor, participa en todo el proceso de asambleas y tiene un presencia destacada en los piquetes para la extensión de la lucha (...). Después de unas dos semanas de huelga, finaliza la lucha con las conquistas más importantes de la historia del convenio del metal de Barcelona. Conquistas que en los últimos 20 años han ido liquidando las burocracias sindicales corruptas”.

Paralelamente, tuvo lugar la gran lucha de Motor Ibérica, que se inició por la amnistía laboral de la propia empresa. Dicha huelga se prolongó hasta agosto de 1976. En todas las acciones de solidaridad que convocaron con esta lucha, Víctor estaba presente. Por este tiempo se había trasladado a vivir a un piso de Pueblo Seco, con Pepe Cobos y Luís Suárez Varela, ambos militantes de la LC.

Johnny (Montero) también recuerda que, a pesar de que Víctor no se había hecho nunca muchas ilusiones por el juego electoral, el resultado de la elecciones municipales de 1979, donde la candidatura de la LCR en L´Hospitalet no pudo sacar ningún concejal, le produjo una cierta frustración, entre cosas porque se había vaciado durante toda la campaña electoral. Aquella candidatura había sido encabezada por la LCR, pero contaba con el apoyo de BR, del PSAN y del BEAN, y unía un programa de clase con una clara sensibilidad nacional. Previamente se había tratado de unificar toda la izquierda radical, o sea con el PTE y con el MCC, pero ambas formaciones cortaron toda posibilidad de discusión exigiendo de entrada presidir la lista. La lista unitaria consiguió alrededor de 2.500 votos. De haber habido acuerdo habría sido posible contar al menos con unos tres concejales...El caso fue que desde entonces la izquierda radical, que tan potente había sido en el movimiento vecinal, ya no levantó más la cabeza.

Víctor, era un militante revolucionario sencillo y rotundo que no se andaba con rodeos a la hora de escribir. Recuerdo que para el programa de las elecciones sindicales de la LLobe en 1980, el espacio dedicado al mismo no ocupaba más de siete líneas del un folio. Después de explicar brevemente las principales reivindicaciones, como el aumento de salarios, la reducción de jornada, la lucha contra los ritmos de trabajo etc., acababa con un rotundo "pero todo esto no será posible si no acabamos con el capitalismo".

En el año 1980, los trabajadores de la LLobe llevaron a cabo una huelga durísima de más de 50 días por mejorar el pacto que tenían suplementario del convenio del Metal. Recuerdo que el responsable de Acción Sindical de la Ejecutiva del Metal de Barcelona, en una reunión de este órgano, hablando sobre la huelga de LLobe, exclamó: "Esto es inaudito. LLevan más de 50 días de huelga y no han pedido ni la mediación a la Inspección de Trabajo. Esperan que la empresa se arrodille y admita todas sus exigencias!"

El final de la transición y la frustración de las expectativas de un cambio revolucionario produjeron en Víctor una enorme desilusión y una crisis de su militancia, lo que le supuso abandonar la LCR a mediados de 1982. A pesar de abandonar la militancia en la LCR, durante todos estos años Víctor se mantuvo en primera línea participando en la mayoría de las luchas.

Su imagen como sindicalista va ligada a todas las luchas que se daban. Era de los que siempre te encontrabas cuando, al reclamo de los amigos, dejabas tus libros para hacer acto de presencia. Víctor ya estaba allí desde el primer día. Su retrato figura en la portada de la primera (y pésima) edición de mi libro Nuestros viejos: problemas y alternativas (Hacer, Barcelona, 1981). Recoge una imagen de una manifestación de los jubilados y pensionistas entre los que trabajábamos junto con Francecs Pedra, el Pedro, un anciano que era abuelo de una familia en la que todos los jóvenes eran de la Liga, y una monja seglar. La instantánea recoge el momento en el que Víctor ayuda a un anciano, que apenas se sostiene, a seguir en la manifestación. Aquel anciano era toda una leyenda. Estaba fatal pero no se perdía ninguna asamblea ni manifestación, a veces con los camilleros de las ambulancias, o con los hijos, a los que de alguna manera obligaba a participar. En mi memoria data como un cenetista, pero la verdad es que era hombre de pocas palabras, y uno siempre tenía mil cosas que hacer, y no se detuvo en grabar unas entrevistas. Sí recuerdo que después de algunas de mis peroratas, el hombre me cogía de la mano para mostrarme su coincidencia con lo dicho que por entonces a muchos les sonaba a pólvora.

Víctor era de aquellos camaradas que te instaban a colaborar con piquetes que él, con su experiencia y su vehemencia, encabezaba, en huelgas como la del pequeño Metal, en la de Cardellach, que estuvo repleta de audacias, en las pocas convocatorias de huelga general. Era de los que, si llegabas tarde, te decían: “Y tú, ¿dónde leches te has metido?”. En esos días Víctor, como tantos otros militantes obreros curtidos, se crecía. Aún en los tiempos más regresivos, nunca dejó de hacer sus cosas, sus boletines, sus arengas poéticas. Había aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones, pero le bastaba con que se moviera una brizna de hierba. A veces, ni eso. Pero allí estaba en las escasas asambleas sindicales, y cuando creían que todo estaba dicho, Víctor levantaba la mano. Era cuando los burócratas de turno mascullaban entre dientes…

Montero cuenta que en agosto de 1983 se casó con Marutxa, y después de 6 años de vivir en mi casa, se marchó a Cornellá, a un piso que alquilaron, y allí nació su hijo Dani en 1985.

A finales de 1983, la LLobe decidió cerrar. Después de una lucha de resistencia de unos 9 meses en julio de 1984, quedó despedida toda la plantilla. Esto le supuso un enorme trauma a sus pocos más de 30 años y tuvo que rehacer su vida y buscarse un nuevo trabajo.

Durante el tiempo del paro estuvo estudiando para finalmente empezar a trabajar en la residencia de ancianos de Pubilla, creada en buena medida por algunas de las personas del barrio que habían destacado en la Asociación: Mario y su compañera, Antonio Cárdenas, Jordi Casals, Barris, Álvaro, etc. Durante un tiempo permaneció ingresado en ella Francecs Pedra, una leyenda del movimiento libertario y un maestro para muchos de nosotros, y con el Víctor mantuvo desde entonces una relación muy especial. Al poco tiempo de estar en el geriátrico, comenzó de nuevo su lucha sindical por mejorar las condiciones de los trabajadores, saliendo elegido delegado sindical desde finales de los años 80 hasta su muerte, justamente cuando más ilusionado estaba por el “repunte” de activismo que creía ver. En este empeño, Víctor escribió toda clase de artículos y de poesías sencillas y militantes.

Desde hace unos diez años Víctor venia manteniendo diversos contactos con las distintas organizaciones cuartistas existentes en Catalunya. Finalmente en septiembre de 2006 después del Congreso de Revolta Global, decidió ingresar como militante en la misma y se encontraba enormemente animado políticamente.

Se podía decir de él que no callaba. Tenía lo suyo que decir y lo decía. Con ocasión de la presentación de un libro mío en el barrio, por problemas laborales Víctor apareció con Marutxa cuando la gente presente comenzaba a desfilar. Ni corto ni perezoso obligó amistosamente a los de la mesa a que nos volviéramos a sentar, y también a llamar a los que ya estaban fuera. Entonces dijo la suya. Le escuchamos con respeto y algún toque de ironía, y entonces sí acabó el acto. Esta necesidad de comunicar la expresó en el cultivo de la poesía, un terreno en el que buscó complicidades. Francamente, las que me hizo llegar me dieron la idea –quizás equivocada- de que no era lo suyo.

En los últimos tiempos estaba contento porque después de muchos años de trabajo, en su ramo estaba despegando una izquierda sindical con toda su constancia y sus discursos que aunaban casi por igual la lucidez con cierta candidez. Víctor era amante de la palabra, necesitaba hablar, contar, compartir. No en vano provenía de lejanas raíces populares, las mismas que le llevaron a la lucha siendo muy joven, sin muchas lecturas y sin maestros reconocidos. Era algo natural, una inquietud heredada del padre que, pasado los ochenta, se pateaba Salamanca en un plis, plas hasta que en un paso de cebra lo atropelló uno de esos conductores a los que solamente parece importarles llegar cuanto antes. Esta trágica muerte le afectó muy especialmente, no sabía hablar de ello sin un profundo tono de tristeza.

En la inauguración militante del local de Revolea Global, Víctor me comentaba su confianza en los jóvenes, sobre la necesidad de comprender sus diferencias con nosotros los prejubilados, y porque tenemos que aprender a no actuar como tapones sino como colaboradores. Víctor era de esos militantes que no dejan de serlo ni cuando toman un café en el bar de la esquina.

Contaba que últimamente se había “embolicado” con un grupo excursionista donde además “le daban a la poesía”, su gran afición. Este grupo se llama “Esplugues viva”, y estaba inscrito en la plataforma por el “Dret a decidir”. Salmantino y medio gallego, emigrado a Alemania, con una fuerte admiración por Euskadi donde militó a principios de los años setenta, Víctor era un catalán adoptivo que hablaba catalán siempre que podía, y que se enorgullecía de saber poemas completos de Salvador Espriu, uno de sus favoritos en una estela que comprendía Neruda, Celaya, Machado, etcétera.

Pero el mismo Víctor que nunca cedió al miedo por la represión franquista, ni ante la patronal, y por supuesto, ante la prepotencia neoliberal, fue vencido al final por una depresión que debió de ser un abismo sin fondo. Aunque ésta sea una imagen dura y traumática, no puede ser la que nos quede de él. La instantánea que nos debe quedar es la del militante obrero, el comunista autodidacta que no se doblegaba. El ejemplo de todo lo que pueda dar de sí la conciencia obrera. La de alguien que si no ha habido revolución, no se puede decir que haya sido por él. Alguien que creció humanamente luchando por ella.

Y es que, aunque su apariencia era la propia de un “chicarrón del Norte” que parecía que se podía echar todo sobre las espaldas, un tono propio que se correspondía con cierta brusquedad y la manera de hablar claro y sin tapujos, en realidad Víctor tenía su “talón de Aquiles” en una cierta tendencia hacia la hipocondría. En el fondo, era una persona más bien frágil ante los embates depresivos que, según me contaba, le sobrevenían por cualquier dolor o enfermedad como lo podían ser un dolor de muelas o una gripe un poco bestia. Cuando enfermaba, el mismo Víctor que antes parecía capaz de “comerse el mundo”, pasaba a ser un alma doliente. Una criatura pesimista y angustiada. Esta tendencia depresiva se le tuvo que multiplicar en el curso de unos problemas de próstata que le habían hecho pasar un período de fuertes dolores, pero sobre los cuales estaba recibiendo buenas noticias.

Desde esta situación, Víctor necesitaba llamar a los amigos para hablarles, comentarle sus sentimientos, debatir sobre su atracción por el abismo. Le había dado por leer toda la información que sobre su diagnóstico pudo encontrar por Internet, y de ello quiso deducir la peor interpretación posible. Hablaba de acabar con su vida si todo se confirmaba, pero en realidad no necesitaba ninguna confirmación. Y es que en realidad su drama no era tanto lo que estaba atendiendo Jordi Casals, médico y amigo de los tiempos de la asociación y del PCE (i). En estas conversaciones hablaba del suicidio, pero al mismo tiempo recordaba sus poderosas ataduras con la vida, con Marutxa, su hijo, sus hermanos, la lucha, la camaradería que tanto valoraba.

No hay, no puede haber otra interpretación posible que una profunda depresión para explicar lo ocurrido. Una depresión que se manifestaba como otra enfermedad mucho más grave que la que le trataban los médicos. Su alcance debía de ser muy intenso, porque entre los diversos defectos que se le pueden atribuir no se encontraba precisamente el de la insensibilidad, todo lo contrario. En mi opinión, fue precisamente esta sensibilidad, alimentada por el ambiente de su propia faena diaria en la residencia de ancianos, un ambiente que –en mi opinión- influiría en aumentar el pánico ante lo que creía que se estaba presentando. No hay otra explicación, porque Víctor era perfectamente consciente de todo lo que le ataba a la vida. Nos lo repetía junto con las palabras oscuras.

No hay palabras para definir lo que algo así ha significado para Marutxa, para su joven hijo Daniel, y para sus hermanos, especialmente quizás para Juan Luís, su gemelo, que compartió con Víctor las mismas inquietudes militantes. También algunos amigos que lo fueron muy especialmente como Juan Montero, o Jordi Casals, que también fue su médico, y al que estaba profundamente agradecido. Y por supuesto, para sus compañeras de trabajo que no se lo acaban de creer, y para todos y todas que lo tratamos a lo largo de muchos, muchos años. Nos encontramos pues ante alguien que fue valiente y generoso, con uno de esos militantes que hacen que los escépticos sigamos creyendo que existe una clase obrera para sí, gente que ennoblecen la palabra militante. Desde esta perspectiva debemos entender que Víctor ha cortado con la vida a pesar de todos nosotros, y que por lo tanto tenemos que recordarlo por lo que fue a lo largo de la vida y sin el menor reproche.

Lo puedo decir sin la menor afectación: Víctor seguirá vivo en todos y todas que lo queríamos de verdad.

(*) Esta semblanza ha sido posible gracias a la cooperación de Juan Montero.

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