viernes, 26 de febrero de 2010

SUIZA 3


SUIZA (3)
A pesar del hombre de la pata de palo, he permanecido en cama hasta las ocho. Luego me he dedicado a recorrer el asilo. El caserón parece haber sido en otros tiempos un colegio. En los dormitorios queda una pizarra, en donde se puede leer: Vietato mangiare e sputare nella camera.
Estas prohibiciones en Italiano están escritas por la capitana, como dice Lorenzo, o sea por la señora del capitán. En la planta baja hay una sala con más de sesenta camas, donde penden del techo anillas, cuerdas y otros enseres deportivos. El cartel de la entrada anuncia que los ancianos pueden permanecer en cama hasta las ocho. Al trasponer el umbral, se percibe un nauseabundo olor a tabaco podrido, por los cuatro rincones ascienden columnitas de humo, acompañadas de broncos golpes de tos bronquial.
Durante toda la mañana se sigue oyendo el inconfundible caminar del hombre de la pata de palo, hasta las once, que termina sentándose junto a la caldera de agua caliente de los lavabos, de donde ya no vuelve a moverse en el resto del día.
En mi paseo de exploración, tropiezo con la capitana en persona:
Buenos días, joven, me saluda.
Es una mujer de edad indefinible, de aspecto muy severo, tiene la señora unos pómulos salientes que posan con crueldad piadosa.
Buenos días, señora.
Creo que no ha desayunado, usted esta mañana.
En efecto, no he desayunado, señora.
El desayuno se sirve a las siete y media en punto.
A las ocho no debe quedar nadie en cama. De modo que si desea desayunar, debe Hacerlo a las siete y media en punto.
Si señora.
Los españoles tienen ustedes un sentido muy particular de interpretar la puntualidad.
Si, señora. Quiero decir… tiene usted toda la razón del mundo.
La capitana abre los parpados, sostiene la mirada en tensión durante un largo rato. Al cabo, comprobando que es difícil hipnotizarme, transforma la fisonomía, guiñando un ojo con malicia.
Ven a la cocina, muchacho. Como todos los españoles, a pesar de todo, me eres simpático.
Confiaba que iba a invitarme a desayunar terminado el discurso, pero el guiño confieso que me ha sorprendido.

Por la tarde voy a visitar a un amigo Armand Meier.

Lorenzo me ha indicado el autobús que debo tomar para llegar hasta su casa, pero prefiero ir a pie por hacer economías. La madre de Armand queda entrecortada al abrirme la puerta, con ánimos de volverla a cerrar. La vergüenza me impide articular palabra. ¡Ah! No me hallo en condiciones de visitar, y tampoco puedo leer a todo el mundo mis memorias. Hago un esfuerzo para superar mi indecisión, pensando que la miseria quedara encubierta por la gabardina. ¡Ay, mi gabardina! ¡Luce lamparones de grasa y tiene deshilachadas las bocamangas!
Señora, soy un viejo amigo de Armand…
La señora no parece comprender. Vuelvo a repetir la frase, en un estilo diferente. Ya, ya, un amigo de Armin, dice en alemán.
Entre, por favor.
Me habla amablemente. Soy un amigo de Armand, un amigo de España, un amigo de cuando va de vacaciones.
Esta contenta de verme. Armin es su hijo. Debo esperar unos minutos, pues no tardara en llegar.
Perdone, tengo que secar el asado del horno.
Mientras la señora va a la cocina, reflexiono un instante en los problemas lingüísticos de los suizos. Su hijo, que proviene de la Suiza alemana, se llama Armin, pero en la Suiza francesa, se llama Armand.

Echandens, VD Suisse, Junio 1970.
Corme, 26 de Febrero 2010.
José Antonio Torres. Luis Suarez MI VIDA EN SUIZA.

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