lunes, 21 de febrero de 2011

MI VIDA EN SUIZA


MI VIDA EN SUIZA 5
7 de Octubre.
Hellen, la empleada de la cafetería, feucha y melancólica pero con un corazón generoso, me ofrece de vez en cuando un café. Lo vierte en mi taza con el mismo fervor que la haría a un esposo recién conquistado. Esta tarde me dice:
Yo he servido a la real familia española.
Se entabla una conversación.
Acude madame Lidia, una señora de mirada azul, que añade con mucho orgullo:
-Hace más de treinta años que trabajo en esta casa. He tenido el placer de servir al rey Alfonso XIII de España.-
Madame Lidia nos cuenta una escena legendaria. Alfonso XIII se halla cenando, muy gallardo, mayestático (aunque de esto hace muchos años, todavía le parece verlo, donde ahora está el señor Perriset sentado). Su Majestad hace una discreta señal. ¿Qué desea su Majestad? ¿Quiere hablar con el jefe de la cocina? ¡Un rey! ¡Pedir permiso un rey para hablar con un jefe de cocina! ¡Y de aquel modo tan dulce y cortés que tenía nuestro rey! Entonces, Alfonso XIII se incorporó del asiento y paso por aquí por donde estamos ahora.
De esta suerte, pasamos una tarde muy agradable, como ocurre al pueblo cuando habla de reyes y príncipes. El recuerdo de nuestro rey me llena de gozo, seguramente porque provengo de lo más íntimo del pueblo. ¡Que hombre sencillo y virtuoso fue nuestro último monarca ¡El castellano viejo siempre dijo que después de Dios estaba el Rey.
Al reunirme con Diego, no puedo dominar mi ilusión.
Sin darle tiempo a que me hace preguntas, se lo cuento todo en un instante.
Estamos sentados en la escalera del comedor; un lugar discreto y apartado. Fiore nos hace compañía. Oyendo mis apalabras, Diego presta mucha atención; después, enrojece. Finalmente, desborda de entusiasmo:
-¡El Rey! ¡El Rey!-
Cualquier hombre sensato lo habría tomado por republicano.
Lausana 1970, Corme 2011-02-21
Luis Suárez y J. A. Torres.

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