sábado, 2 de octubre de 2010

MI VIDA EN SUIZA


MI VIDA EN SUIZA 3
24 De septiembre.
Nuestra mayor preocupación es dejar cuanto antes el asilo y hallar alojamiento en otra parte, pero no habrá de sernos fácil. Las pocas ocasiones que se ofrecen no suelen estar al alcance de nuestros medios. Todos los días leo los anuncios de los periódicos; visito las habitaciones de alquiler, Por las noches, Antonio me sigue dando malas noticias; las manos empiezan a endurecerse, el tratamiento no ha hecho sino empeorar.
A las once en punto sale la Feuille d’ Avis. Alquilo un taxi unos minutos antes; lo hago esperar con el motor en marcha. Cuando llega la hoja al quiosco de la estación la abro inmediatamente por los anuncios. Encuentro una habitación que puede convenirnos. Corro hacia la cabina telefónica.
¿Señora Blondel? Si… por el anuncio… De acuerdo; seré el primero en llegar.
Doy la dirección al chófer. Pero al llegar a la casa de de la señora Blondel, alguien se me ha anticipado. La señora Blondel me recibe en bata de casa, mostrando por el escote abierto un paquete de cigarrillos cogido entre los pechos; un hombre pela patatas en silencio.
Marcho desconcertado, malhumorado. Como los fracasos se repiten, llego a pensar que se me niega la habitación por mi aspecto descuidado. Por otra parte, las gentes que visten con mucho lujo y lleven perros para salir de paseo, me miran como si fuese un salteador de caminos. Nadie quiere admitir a extranjeros.
Se alquila habitación a señor serio y estable. Extranjero excluido, hay días que en lo de serio no me gana Al Capone.
Por la noche, unos italianos que he conocido casualmente me conducen a una callejuela perdida, donde me presentan a una patrona; precisamente dispone de una habitación. Por una escalera estrecha, de aspecto deplorable, subimos hasta el segundo piso. Es un cuarto de cuatro metros de largo por uno y medio de ancho. Tiene una camita, un armario pequeño y una silla. Alquiler, sesenta francos. En el retrete colectivo hay bandas dibujadas; las escaleras de madera gruñen, las paredes parecen pintadas con tinta de calamares; el ambiente huele a marisco y sobaco sudado. Un italiano me anuncia con malicia que se puede prostituiré a dos pasos.
De todo esto se ríe uno cuándo no tiene trabajo, vive en un asilo y no le quedan más de cien francos en el bolsillo. Por lo demás, el precio es razonable. Pero necesitamos también alojamiento para Antonio. ¿Podría instalarse otra camita? ¡Hum! Sera difícil, mas por la patrona no habrá impedimentos. En este caso, cobra ochenta francos; de modo que salimos ganando veinte cada uno.
Antonio me felicita. Al fin, bajo techo propio; al fin la libertad. No podemos detenernos en ciertos detalles: la puerta del armario tropieza con la cama de Antonio, de modo que nos impide colocar la ropa; para sacar una camisa debemos avanzar la mano a tientas.
Mira Antonio, que hermoso palacio. Eso que cuelga del muro es un cuadro; por decir verdad, se trata de una obra de arte. Conmemora la movilización suiza. Contempla esa sucesión de montañas nevadas. La sombre que se adivina en cada pico es la silueta de un soldado, ojo avizor y bayoneta calada. Los piquitos de las montañas se hacen más pequeños con la lejanía, como las siluetas de los valientes soldados. Todo lo ha creado el amor de Dios o el amor del Hombre. Contempla, Antonio al pie de la panorámica, esas dos hermosas vacas suizas que ha pintado el artista. ¡Mira cómo pastan en ese prado bucólico, en la fría noche!
En mi sueño de pesadilla me veo marcado el paso, como en mis tiempos de soldado, citando en voz alta ordenanzas militares y profiriendo gritos de odio a un imaginario enemigo.
José Antonio Torres 1970 Lausana, Luis Suárez 2010 Corme

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