sábado, 11 de septiembre de 2010

SUIZA 4

15 de septiembre.
Antonio me informa cada noche sobre su trabajo. Parece que se le trata duramente; que las condiciones han defraudado sus ilusiones. Las manos de Antonio están arrugadas, agrietadas; destilan sangre.
Mientras trato de animarlo, le paso por las heridas un algodón empapado con alcohol.
Esto ha ocurrido los primeros días, porque todavía no nos han tomado estima. Después, será diferente. En cuanto a las manos, verás cómo se irán habituando al agua hirviendo.
Málaga ha colgado un cartel en el comedor, anunciando que esta noche tendrá lugar una fiesta en el asilo. Como atracción, vendrá un acordeonista brasileño. Canilla nos ha dicho que todos los jueves se celebra una velada, como está previsto por el reglamento, precisamente en el artículo 24.
La cena se desarrolla en un ambiente familiar, sin que por ello se haya lavado la cara el hombre apestante que comparte nuestra mesa; todavía lleva el cabello lleno de virutas; no me explico cómo puede abrir los ojos. Canilla tampoco se ha cambiado el jersey; sigue mostrando los faldones de la camisa, rebeldes a la cuerda que le sirve de cinturón. Tampoco me he cambiado los pantalones de pana, grandes y deformados, porque no puedo reemplazarlos.
Con todo eso, esta noche reina la alegría en los refugiados del asilo. La capitana, o la señora del capitán, nos ha rogado que permanezcamos después de la cena.
El capitán entra en la sala con su uniforme más nuevo, acompañado del acordeonista brasileño y otros soldados de la corporación. El brasileño se pega a las faldas de la capitana, deslizando una mirada oblicua en su contorno; si algún soldado lo mira, sonríe de un modo piadoso que infunde pena.
¡En pie!, grita la capitana.
Nos enderezamos; permanecemos derechos coma una vela. La capitana pronuncia unas palabras rituales, empieza la acción de gracia.
Gracias, señor, por la dicha que gozamos.
De la acción de gracias pasamos a los canticos. La capitana distribuye unas hojas en donde están escritos los cantos que vamos a entonar. Ella nos sigue en un pequeño devocionario de tapas negras. Las primeras vocalizaciones nos salen desastrosas, pero a medida que la música nos ablanda, nos dejamos vencer, hasta el punto que, perdiendo todo temor, nos damos por entero a las canciones.
¡Ah qué momento inolvidable! Antonio canta, sonriente, sofocado. Todos nos vamos impregnando por la blanca sensualidad de las canciones. La capitana, adusta, amorosa, inflexible, nos dirige con las manos, gesticulando como un director de orquesta; su voz, enérgica y femenina, se eleva sobre las demás. De vez en cuando, vuelve la cabeza hacia el brasileño y le sonríe; le sonríe y le guiña un ojo.
El brasileño corresponde con leves inclinaciones de cabeza. El capitán sigue cabizbajo, hasta el momento de pronunciar su sermón. Cuando el acordeón del brasileño vuelve a entrar en acción, su apasionado arranque enciende al auditorio; durante más de una hora vamos de emoción en emoción.
Se nos dilatan las venas con delirante placer. Los corazones gozan en el pecho, como chorizos en tinajas de aceite. El hombre de las virutas está a punto de romper a llorar. El viejo suizo mira al techo, con la cabeza inclinada, como si contemplara el cofre empeñado. ¿Dónde resides, oh Amor? ¿En que morada celeste custodian tu colmenar los serafines? Sabemos que en ocasiones te honras compartiendo tu gracia con los humanos corazones, sumiéndolos en la más dulce estulticia. A quienes han pretendido conocerte, los has engañado; es tal tu suprema sabiduría, ¡oh Amor de los amores!, que solo se te ve por la parroquia en los domingos.
La velada se prolonga hasta medianoche. La capitana invoca y el brasileño espera el guiño para poner el acordeón en marcha. El capitán se aburre.
Cuando todo se ha acabado, me introduzco en la reducida estancia en donde el estado mayor hace su resopón. La capitana sigue oyendo relatos deliciosos del brasileño virtuoso y trotamundos. El capitán no levanta la cabeza del plato. El escaso fluido de una bujía de bajo voltaje no llega a esclarecerlo todo.
Perdone, señor del Brasil. ¿Quiere escribirme en portugués un cantico?
Con mucho gusto muchacho.
Meu curaçao alegre
Louva a Deus;
Gloria Cristo que me salvan.

Medito; sobre mi camastro de la sala número cuatro.
José Antonio Torres 1970
Luís Suárez 2010, Corme 8 de Septiembre.

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